Cada ser humano tiene una forma particular de comunicarse, tiene un lenguaje especial para expresar lo que es y lo que no es, una forma particular de aprender, de vivir, de levantarse y de caer.
Las formas como entendemos la vida, cómo nos comunicamos con ella, determina la respuesta que damos a cada cosa que acontece en nuestro entorno.
Y una de las cosas que más pesan, al momento de comunicarnos: son nuestros sentimientos. Estos pueden llevarnos a entregar sin reservas el mayor potencial que tenemos o a hundirnos en el mar más profundo de los sinsabores.
Por ello en cada organización, es fundamental comunicar valor, es decir tener siempre la generosidad de reconocer el valor del otro, de su aporte como persona y como profesional, porque sólo quien es aceptado de manera incondicional, es capaz de dar lo mejor que tiene para apoyar, construir, levantar, avanzar…
Cuando el ser humano es reconocido, se siente amado, se siente valorado y poco a poco aprenderá a reconocerse, a amarse y a valorarse.
Cuando hacemos esto con las personas que nos rodean, sucede algo especial, el corazón se desarma y encuentra paz, aun en aquellos que se empeñan en hacer todo lo posible para provocar el desamor de sus cercanos.
La paz interior, nos lleva a abrir nuestro entendimiento, a encontrar caminos posibles, a ver las situaciones que nos afectan de manera distinta, con mayor apertura y flexibilidad.
Y surge entonces en nosotros ese algo interior que reconforta el alma, nos devuelve la esperanza y enciende el motor que nos invita a transformar, a crear a hacer nuevas nuestras formas de vivir, pensar, amar…
Empezamos entonces a encontrar en nosotros amor, amor que reconforta el alma, da paz a la vida, genera tranquilidad y esperanza y hace que demos de manera abundante de aquello que hemos recibido y como una semilla se multiplica en buena voluntad, disposición, compromiso, entrega, dedicación.